Ni bien salimos, tuvimos los primeros percances. José pinchó la rueda de su bicicleta y luego yo y otra vez José. Descubrimos entonces que en esa zona abundaba una especie de abrojo de espinas muy rígidas y de largo suficiente como para causar semejante estrago en nuestras bicicletas. Superado el inconveniente, empezamos a rodar por la carretera y a los pocos kilómetros ya estábamos en el siguiente pueblo, Roboré. Nos desviamos y entramos allí pues prometía tener lugares de interés para visitar. El chorro San Luis es uno de ellos, queda muy cerca y es accesible con la bicicleta.
Como ya se había hecho tarde, decidimos conseguir alojamiento y quedarnos en ese pueblo y de esa manera iríamos con total tranquilidad a disfrutar los paisajes prometedores del salto de agua referente del pueblo.
Así lo hicimos y la verdad es que colmó nuestras expectativas. Recorrimos toda la zona, haciendo muchas fotos y saturando nuestras retinas de la belleza del lugar.
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